Sumos sacerdotes de rostros hieriáticos
sacuden palabras inevitables,
con asombrosos sonidos vocálicos
embriagados de un lirismo puro.
Vestidos con mantos regios,
con su alto sentimiento espiritual:
¡fe con fe verdadera!
¡odio con odio verdadero!
Lo confieso sin la menor vergüenza:
pienso en voz alta,
y cuanto más leo, más me libero,
pierdo mi ser y en ese instante me disperso.
Siempre me pesa
la gran claridad del mundo exterior:
el sol que nos alumbra a todos,
la luna que mancha de sombras el suelo.
Habito un mar infinito,
en su profundidades hay una arboleda misteriosa;
añoro la paz sólida de los estanques,
los caminos cubiertos de nieve.
El tiempo pasa
y lo veo mientras tanto
como un sagrado transito, y soy
contemplador de este mundo sin propósito.
Con tedio alzo la vista
y descrifo paginas desconocidas:
todo lo que es mi sentir,
todo lo que es mi vivir.
No exagero nada
Todo lo que digo lo siento:
esta falta de fe.
¡No creo en nada!
No conozco otro placer
como el de los sueños,
espacio vago de la imaginación,
paraíso de lo trivial.
Duermo a todas horas,
sueño a cada instante;
en un movimiento pendular
que se nutre de mi ser.
La razón es un escrito jeroglífico
dormido en un estante de este claustro;
sólo entiendo lo incomprensible,
sólo creo en lo que no soy.
Espíritu invadido de desasosiego,
atrapado en una atroz disciplina,
que atormenta mi espíritu sin cansar
que funde cualquier mínima esperanza.
Y siempre me repito:
claramente, si es claro;
oscuramente, si es oscuro;
confusamente, si es confuso.
Veo hasta a oscuras, y digo:
Que siento y padezco;
No sé pensar.
No sé sentir.
Soy rey. ¿De qué?
¡De nada!.
Soy un siervo del tiempo,
un súbdito del cielo y de la tierra.
Entre mis manos todo se evapora:
confusión vacía,
sucesos de otra vida;
embelesado en este sueño ajeno.
Hay un misterio que me desvirtua,
sentimientos sentidos que me oprimen;
todo escondido en este gavete,
repleto de escritos disparatados.
Todo se confunde en un laberinto,
y me extravío,
y sueño lo que no soy,
y sueño lo que quise ser.
¡Dios mío, Dios mio!.
¡Asisteme!
¿Cuántos soy?
¿Quién soy?
A Dios pongo por testigo.