Te oí llegar esta mañana
no hiciste ruido, pero te sentí
sin haberte visto, sí
en la oscuridad de la madrugada.
Me mirabas desde el costado izquierdo de la cama
preguntándome algo que sabías no podía responder
intentando descifrar mis sueños de ojos cerrados
y espalda blanca,
iluminada apenas por el hilo de luz
que intentaba atravesar la persiana.
Sabía que estabas ahí
observándome, escrutándome.
Desesperada en tu inmovilidad quise despertar
pero más rápida fue tu mano en mi condena.
Acariciaste mi pelo y besaste mi frente
la tristeza circuló por mis venas,
ya no quedaba sangre,
no resistí la pena
lloré desconsoladamente luego que cerraste la puerta.