La respiración se agita de repente, esa opresión en la boca del estómago se hace más intensa y no encuentras respuestas, pero tampoco quieres hacerte demasiadas preguntas. Sabes que hay “algo” que irrumpe tu sueño y aunque no puedas verlo claramente, conscientemente prefieres evitarlo, para no enfrentarlo, por miedo o resignación. Tomas un lápiz y un papel, tus queridos aliados tantas veces y otras tantas, enemigos mortales. Te apoyas sobre el viejo almohadón, ese que te sostiene cuando el sueño te abandona para irse volando hacia otras alcobas, donde se encuentran aquellas almas que envidias por su descansar despreocupado y hasta infantil. Quieres empezar a escribir pero… ¿Sobre qué? Responder esta pregunta sería hondar en aquello que trabajosamente quieres recluir, encerrar dentro de ese oscuro cofre que te protege de tus más temidas y vergonzosas miserias. Eres miserable como el resto de los hombres, y esa cualidad que te une a la humanidad te horroriza, al punto de querer aislarte del mundo, tapando tu rostro con las manos, para no ver a tu alrededor y sentirte a salvo, como si nuevamente el vientre maternal te envolviera refugiándote de todo. Eres vulnerable y esa noción de vulnerabilidad te quita fuerzas, te minimiza de tal manera que te sientes pequeña, con brazos y piernas diminutas que te dificultan el andar en un mundo de gigantes que pueden pisarte, hacerte volar por los aires con el más mínimo suspiro ocasional.
Te vuelves decididamente a tu tarea, porque aunque eres pequeña, miserable y vulnerable, por momentos, también eres valiente. Nunca pudiste escribir fantasías, nunca pudiste inventar princesas y dragones monstruosos que lucharan con príncipes valientes y tenaces… hoy tampoco es el caso. Las palabras poco a poco van brotando, el lápiz en un acto casi reflejo comienza a describirte. De un modo nefasto te dibuja oscura, asustada, inestable, pequeña, miserable y vulnerable, como un espejo que delinea con tonos lúgubres tu rostro descolorido. Hablas de ti en plural, como de una extraña, negando las responsabilidades y la vergüenza. Mas a pesar de todo, comprendes y reconoces en las profundidades de ti misma, ese imperativo movilizador que te empuja, como una cuerda tirante, hacia esa felicidad anhelada. Estas dispuesta a emprender esa búsqueda, a ciegas, sosteniendo con la mayor firmeza posible esa soga. Sabes que aún estás algo débil pero escribir siempre te ha dado fuerzas. Nuevamente el lápiz y el papel me auxilian en la batalla.
Tontonela