Yehosua
Erase aquel hombre de apariencia divina
de rostro venerable y viril madurez,
de ojos enigmáticos, azules como el cielo
de arqueadas cejas negras y de trigueña tez.
Su cabello ondulado caía sobre sus hombros
y se meneaba al viento como el trigo en los campos,
su barba espesa y clara contorneaba su rostro
como la flor silvestre la plenitud de los prados.
Su cabeza inclinada en humilde reverencia
destacaba las líneas de su nariz y labios;
de formas tan perfectas y de tal simetría,
que ninguno de los ángeles pudieran imitarlo.
Su mirada era profunda, apacible, serena,
como el sol de la tarde cuando esparce sus rayos,
y con un marcado gesto de honda melancolía,
su presencia inocente inspiraba a escucharlo.
Y comenzaba su prédica de paz y armonía
con voz acompasada y extendiendo los brazos;
su mensaje elocuente de palabras sencillas
encendía la esperanza de aquel pueblo olvidado…
Aún con la evidencia de todos sus milagros,
su gran sabiduría y resplandor de luz,
escapó a la comprensión de cuantos le escucharon
y fue crucificado, muriendo en una cruz.
Mas fue su infame muerte cumplir las profecías
y su triunfo más grande, el de la resurrección;
entonces comprendieron quien era aquel raboni
que padeció ;a muerte por un pacto de amor.
Rafael