Yo sé un himno gigante y extraño
que anuncia en la noche del alma una aurora,
y estas páginas son de ese himno
cadencias que el aire dilata en las sombras.
Yo, amigo, también conozco otro
Que suena y declara aguerrida batalla
Y son sus versos el límpido rostro
Que se muestra airoso si sublima en alma.
Yo quisiera escribirle, del hombre
domando el rebelde, mezquino idioma,
con palabras que fuesen a un tiempo
suspiros y risas, colores y notas.
Y yo quisiera escribirle al amor
enalteciendo su misterio indescifrable,
llenar de metáforas cada rincón
y que sean los versos los que hablen.
Pero en vano es luchar, que no hay cifra
capaz de encerrarle; y apenas, ¡oh, hermosa!,
si, teniendo en mis manos las tuyas,
pudiera, al oído, cantártelo a solas.
Lo mío no es estéril, así lo presiento
porque ante su magnificencia me deslumbro;
su sola proximidad destierra al tormento,
cuando develo mi alma y me descubro.
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