Yo amo las cosas feas, secretas y temibles.
Porque no encuentro mérito en amar las bellas e insencibles.
Con visión tan singular,
pocos ha de imganar,
las cosas que yo he vivido,
algunas para el olvido,
otras para recordar.
Todos podemos amar las estrellas.
Pero ¿a quién le gustan las tierras baldías?
Amo los suelos con miles de hojas muertas.
Y me gustan las cuevas oscuras y sombrías.
Me gustan las cuidades desiertas.
Y de los cementerios amo sus tumbas frías.
Porque la belleza es algo inmaterial,
es tan incorpórea como imcomprensible.
Por eso es que yo amo, lo que a muchos les parece horrible.
Es que esta sociedad, hizo a la belleza altar.
Poniendo lo material sobre todas proporciones.
Sin guardar las dimensiones de la singularidad,
olvidándose que amar, no consiste en dar limosna.
Tendrá usted sus objeciones, a esta forma de pensar.
Créame que lo que digo, no lo comento con sorna:
me da pena ese mendigo, que con poco se conforma.
Pero más pena me da, aquel que brinda limosna:
pensando que es caridad, regalar lo que le sobra.