Yace un poeta humilde
que escribía con dolor;
si a su frase le faltó una tilde
jamás nunca le falto amor.
Escribía su esperanza, su ambición,
era el lápiz traductor de su pena;
siempre lo suyo jugaba a traición,
siéndole fiel las ajenas.
Siempre fracasado en su anhelo,
toda ilusión y esperanza era en vano,
que para dar paz al alma, y consuelo,
tomaba papel y lápiz en su mano.
El papel siempre le decía,
Exprésame a mi tu devaneo;
Y es entonces cuando el lápiz traducía,
Ser feliz es mi deseo…
-Entonces dijo: trémulo el papel.
¡Bendita sea la pena que te hastía!
Bendito sea el motivo aquel…,
que no deja que este, tu alma vacía.
Luego el lápiz iba traduciendo,
los sollozos del alma callada,
y en tétrica agonía va muriendo,
los sueños y esperanza anhelada.
Maldito yo que estoy vacío,
-dijo el papel- con pena aguda;
descarga en mi tu hastío,
que yo resistiré, no tengas duda.
Entonces revoca el alma con delirio,
Hasta el último sentimiento que le hastía…,
Y así se libera del bárbaro martirio,
Sufriendo luego al sentirse vacía.
Luego dijo entonces el papel,
Ya conoces el verdadero quebranto;
Debes bendecir el motivo aquel,
Por el cual tú no sufres tanto.