Nacieron las tostadas de la alforja doméstica,
desde un sol aromático con tibias espigas.
Desterradas del pan Universal,
saltaron despojadas y confusas,
ataviáronse con kimonos de manteca
y vacilante mermelada.
Pendularon mis manos sus tibiezas matutinas
sobre estanques de café
o té oriental.
De desiertos crujientes o ásperas arenas
hay en las tostadas un microcosmos.
Espumas congeladas de miga.
En la cueva de mi boca
pétalos de pedregullo crocante. En la alfombra
de mi lengua, cigarras agrietadas y dolientes…
Sobre la mesa infinitamente permanece un trono
de tostadas con su séquito de dulzuras,
empeñadas en ser las amantes
de fugaces amaneceres lentos, lentamente
entre gotas de sueño.
Así es mi desayuno ritual,
venerando a la vida y el estómago.
Evocando la noche fugitiva, deshilada,
desmarañada, inmolada
y sólo recordada
en la silueta morena
de tostada.