Digamos, sin ser muy finos,
que te quiero de a montones,
que cuando dices “mi cielo”
mi cielo se hace fiesta y enloquece.
Digamos, sin ser muy pulcros,
que te amo desde aquí
hasta Oxford, por ejemplo,
o una vuelta al mundo, o dos, o tres.
Digamos, sin ser poeta,
que en tus ojos se anidan las estrellas
y tu sonrisa es reflejo de la luna,
o del sol, sin ir más lejos.
Digamos que quisiera ser la luz
de tu ventana que llena tus espacios
o las brisas que besan
suavemente tu paso en las veredas.
Digamos que quisiera ser tu otoño
de hojas rotas, tu dulce primavera
y los suspiros que guardan los rosales,
o cada hora de tu vida, eso quisiera.
Digamos que te amo así de simple,
con un poema entre mis labios
con palabras que vuelan con las aves
y canciones que nacen de sus trinos.
Digamos que yo quisiera escribir
cosas hermosas, cosas que digan
lo mucho que te amo y a veces,
muchas veces, no me salen, se me traban
y no me queda más que esto,
es decir, digamos, que te amo,
muchísimo te amo.
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