Buenos Aires no se escribe por sus calles,
se escribe por la gente que duerme en ellas;
la ciudad que late en el corazón de las palomas
plazas y próceres de un mismo lugar.
La ciudad cubierta de edificios,
de bestias que cubren con su sombra;
la cuidad sin muros, sin murallas
pero con gritos de fusilados.
Su belleza no esta en las calles,
en las plazas o en su vida;
su belleza se imagina y se sueña en la mente;
y se desvanece al verla a los ojos.
Buenos Aires invisible cobija las gentes;
cobija las pobres gentes entre cartones y diarios
la imagen que no aparéese en los diarios
la que no le enseñan a los turistas.
La ciudad que teje su pasado, con su presencia;
un solo golpe puede envejecerte
nublar con grises tus veredas
y teñir tu suelo de injusticias.
La ciudad infinita a mis ojos,
eterna al paso de mis pies,
y pequeña para la ilusión de un viajero.
La ciudad que duerme en un segundo de los ojos.
Vereda a vereda, trazo a trazo,
línea a línea la ciudad es un poema nostálgico,
que se ahoga en el recuerdo de los ancianos,
en las retinas con época.
La ciudad que en los cafés acuna universos,
distantes de la vida, que son ajenos a la ciudad
como pequeños templos en la corriente del agua,
en donde se puede observar la ciudad con vida.
Las noches de ella son su otra cara,
su otra mejilla gastada y sin vida
en donde dos mundos conviven sin rozarse;
el del sudor de un obrero y el de una prostituta.
Ahora pienso en las palomas, que no tienen nido;
y esperan la presa que llegue a sus bocas;
mientras las estatuas fijas miran con tristeza
la ciudad que con el tiempo envejece.
Mis ojos acompañan los peatones,
que son como hormigas sin rumbo y destino incierto,
como el de las casas que se aferran al suelo,
la muerte dejo sus marcas, sus huellas.
La ciudad se respira se sienta fría,
y por momentos deja correr el tiempo
se emerge en silencios distantes,
que se desgarran con bocinas, tosidos y llantos.
. . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Las palomas se anidan en las veredas grisáceas,
descascaradas por el tiempo,
cubiertas de un paño de bostezos vagabundos,
de las pobres gentes sin sus casas.
Un niño pide monedas con su mirada,
mientras la gente lo ignora,
como a las estatuas sabiduría y virtud,
las musas abandonadas de dedos amputados y nariz rota.
Un obelisco blanco atraviesa la ciudad
atraviesa los ojos de quien lo ven por primera vez;
pero Buenos Aires no desnuda su belleza en lo visible,
su realidad se ve en los niños, los abuelos.
Los ciegos creerían que están en Paris;
en la Paris con nostalgia, abandonada y victima,
de los que aun no tienen monumento,
pero ella se construye su propia historia.
Las veredas acunan versos y melodías,
sueños para quien quiera verlos;
pero también acuna vergüenza e injusticia,
la que realmente lastima.
Buenos Aires asfixia con su presencia;
es un sobre sin carta,
la suma de los ancianos sentados en las plazas
las palomas y las miradas que viven solo la esperanza.
Ricardo Nogal.