Un suspiro brota de mi pecho
desde el lugar secreto
donde habitan las penas de amor.
¿Qué característica tendrá el paisaje?
Cuando pienso en ti
lo imagino semejante a un páramo lunar,
tachonado de grises cráteres
y en cada fosa, una pena.
Cada desaire,
cada cruel palabra,
cada desolador abandono,
lo tragas
y lo bajas por el negro túnel de la garganta,
y dependiendo del tamaño de la ofensa,
lo colocas en la abertura adecuada.
Depositado en ella,
queda el dolor vegetando,
para que así,
mientras dormita,
amaine la fuerza del rojo veneno
que te esta martirizando.
Ahí, en esa oquedad, semiolvidado,
perderá su poder el duelo emponzoñado,
y ayudados por el correr del tiempo
los desengaños irán tornando,
del más amargo acíbar,
al más dulce enmelado.
Se volverán dulces, sí,
tan almibarados que dudas entre libarlos así,
o desearías que continuaran perennemente acidados.
Porque el ácido despierta rechazo en ti,
algo parecido al odio,
otra pasión al fin y al cabo,
pero esta melaza suave que te sube a los labios,
crea tal vacío en tu corazón,
que no atinas a soportarlo.
Y así,
con el moribundo amor,
en su nicho helado,
van pasando las auroras,
los otoños y los años,
hasta que llega un momento
que sobrevives inmunizado.
Mas tal vez,
una noche,
en que débil y triste nos sintamos,
una de esas angustias
que en su claustro yacía momificada,
escapa de su foso,
y nos estalla en el pecho
de suspiros cargada.