Diaz Valero Alejandro José

Los collares de Eugenia (Cuento)

 

En una gran ciudad de un lejano país, vivía una niña llamada Eugenia a la cual le agradaba hacer collares. Ella elaboraba collares de cualquier cosa imaginable, lo cual al parecer la divertía. Eugenia se pasaba el tiempo libre ensartando cuentas en un trozo de hilo y luego de elaborado su collar lo colgaba a lo largo y ancho de su habitación, la cual ya a sus diez años, estaba inundada de collares.


Así por ejemplo dentro del armario de ropa, escondía collares hechos de hojas secas, collares de borradores de lápices, collares de bolas de chicles, de semillas de frutas, de flores silvestres… Sí, Eugenia elaboraba sus collares de cualquier objeto pequeño que pudiera ser atravesado por sus hebras de hilo sin importar texturas ni colores.


Una tarde mientras la amenaza de lluvia se tejía en el cielo, Eugenia elaboraba un nuevo collar sentada en la sala, mientras observaba los niños del vecindario, correr entusiastas por la calle, a la espera de que cayera la tormenta para bañarse en el aguacero.


De pronto, tal como lo anunciaban los negros nubarrones, se fueron sintiendo las primeras y pesadas gotas en el tejado de la casa para luego, sentir que se desprendía el torrencial aguacero.


- Mamá puedo bañarme en la lluvia? Fue la pregunta que salió desde la sala hasta la cocina
- Puedes bañarte pero sólo un rato, ya sabes tú como se pescan resfriados fácilmente con el agua de lluvia.


No hubo más palabras, la niña se dirigió a su habitación, se colocó unos pantalones cortos, una franela de las más desgastadas y sus sandalias de baño, y salió con los brazos abiertos dando saltos de alegría con su cara elevada al cielo dando vueltas sincronizadas con cierta gracia infantil y entusiasmo renovado, a encontrase con sus amigos, que ya estaban en la calle divirtiéndose sanamente.


De pronto en plena lluvia Eugenia desprendió suavemente un cabello de su larga cabellera y comenzó a capturar gotas de lluvia, con mucho cuidado para que no se reventaran, y comenzó a elaborar un nuevo collar, el cual terminó bajo aquel torrencial aguacero, anudó ambas puntas del cabello, y se colocó el collar, el cual lució muy sonriente mientras corría y gritaba de alegría jugando con sus amigos.


Y así al cabo de un rato, mientras los otros niños seguían su juego bajo la lluvia, la pequeña Eugenia regresó a su casa; se secó los pies en la alfombra de la sala y se dirigió al baño a secarse y cambiarse de ropa, mientras el collar de perlas cristalinas seguía brillando aún, colgado de su cuello.