Aquí todo culmina mi amor,
porque todo empieza.
Se incorporan los fuegos de tu alma
y desde la noche mi pedido llega,
me enlazan tus ojos desde tu refugio;
mi cárcel desnuda, desnudada esclavitud…
Mi nombre es tu nombre,
en este discurso que te entrego.
Nombre escrito en agua,
en mareas de agua púrpura,
como la noche en la rosa.
Aquí se aprieta la madrugada,
tibios aposentos de luna
entre nuestros errabundos brazos
y piernas. Saltamos a la sed y la batalla,
piratas con sus navíos de asombros.
¡Amor, amor! aquí nace tu boca,
porque mi pasión ya había emergido
con el primer siglo del árbol o la piedra.
Mi amor aguardaba tu envoltura de fe,
protegía para ti su grito casto.
Aquí nacemos, aquí volvemos a nacer
envueltos en espigas, en barro, raíces
disueltas en tantos opulentos fuegos.
Retornamos a nuestra antigua pureza
como la estricta ceniza del Fénix.
Cuello con cuello, en galopantes alboradas
nos enhebramos de besos e instintos.
Prolongado tiempo de pálida humedad,
río sensual ascendente; puerto de vida.
Felicidad como una selva.
Anchos pasadizos de sangre de barro,
de material cósmico y latidos azules
donde nuestra siembra se aferra
al portento de esta abundancia. Mi corazón velero
te acompaña a este barro de tanta sangre.
Ya somos gota de prematuro rocío sexual,
acabados laberintos en laberintos sacrificados…
Somos dos caminando en la luz desposeída,
en un sendero de cautivos espejos
donde nuestra imagen se propaga
y queda complacida.