Pudiendo conocer cinco,
quedome en saber de tres.
Al ver tan sólo el revés,
del mortal hecho en un brinco,
descarto, el rechazo le hinco
-con un desdén absoluto
por la altivez impoluto-
al auto, que con criterio,
sensible acudió a mi imperio,
como desertor del luto.
Del rosal tomé una espina
y desdeñé la arrogancia
implícita en su fragancia,
cual orgullosa declina
de saludar en la esquina,
a la moratez del cardo
y a la blancura del nardo,
por estimar su elegancia
tan absurda como rancia;
con sequedad de anacardo.
318-omu G.S. (bcn-2011)