David Alberto Campos

LOCURA I

Llego.

Aún golpea

El abrazo helado

De la madrugada.

 

La recepcionista

Adormilada, pero sonriente

Intenta darme algo de alegría

Además de las llaves que me entrega.

También intento

La mejor de las sonrisas.

 

El amplio vestíbulo, de madera centenaria

Me recibe seco, solitario, crujiente.

La capilla está cerrada. También ella

Ha albergado a melancólicos y psicoticos,

Ha pasado noches en vela.

 

Camino.

Pienso en el paciente de las siete:

¿Estará mejor?, ¿Seguirá alucinando?

Saludo a los enfermeros,

Agotados por la lidia y el insomnio.

Me uno al coro de la radio

Mentalmente, para no atormentarlos más:

Hastiados están de tantas voces frenéticas,

De tantos gemidos, de tantas quejas,

De tanto llanto reiterado.

 

Bajo las escaleras.

El eco de mis pasos

Resuena, y acompaña,

Y se disuelve en el crepúsculo.

 

Noto que la puerta

Está sin seguro:

¿Descuido, o intención?

¿La intención del descuido?

En todo caso, nadie sale.

No hay salidas en la mente del enfermo.

 

Me espera el pasillo,

Y en él las voces heridas por los años

De ilusones rotas y de ultrajes.

Allí, una vez más, aguardan los pacientes

Que creen que mi presencia es gran cosa.

Pobres hombres, buenos hombres

Que al menos escuchan un saludo amable.

Hace rato que sus familias

Los han casi abandonado a su suerte.

Pobres mujeres, buenas mujeres

Que al menos sienten

La mano de un psiquiatra entre las suyas.

 

Llego a la oficina,

Aburrida y hasta fea,

Por más que he intentado embellecerla:

No bastan los cuadros, ni las flores,

Ni los libros de viajes, ni la imagen del santo.

No bastan las sillas de brazos "cómodas y útiles" 

De las que me habló la joven del almacén.

(Ella no sabe

Que lo "ergonómico" no basta

Para esas almas quemadas, carbonizadas en sufrimiento).

 

Pasa el tiempo.

Llega la señora que intentó suicidarse

Después de saber que su hijo

Se había marchado para siempre:

Gracias a las balas, las tristes e infames balas

Que siguen desangrando esta ciudad.

Llora y maldice, llora y reza,

Llora y suplica. "Enloqueció",

Me dijo su hermano.

Me parece que la verdadera locura

Es la violencia de los bárbaros

Que asesinan a sueldo

Y se pasean orondos por las calles.

 

Miro a través de la ventana.

Quiero sentarme a escribir

En el improvisado poemario

Que empecé hace unas semanas.

(Consta de impresiones, gritos no efectuados,

Gritos ahogados, gritos a medias,

Vaciados con celeridad

Entre consulta y consulta).

 

A lo lejos

Diviso al colega

Escuchando la diatriba de un maniaco.

 

Les ha tocado ser pacientes: su vida ha sido espera.

Nos ha tocado ser pacientes:nuestro oficio es la constancia.

 

Campos Vargas, David Alberto. Catedral y Aquelarre.