Llego.
Aún golpea
El abrazo helado
De la madrugada.
La recepcionista
Adormilada, pero sonriente
Intenta darme algo de alegría
Además de las llaves que me entrega.
También intento
La mejor de las sonrisas.
El amplio vestíbulo, de madera centenaria
Me recibe seco, solitario, crujiente.
La capilla está cerrada. También ella
Ha albergado a melancólicos y psicoticos,
Ha pasado noches en vela.
Camino.
Pienso en el paciente de las siete:
¿Estará mejor?, ¿Seguirá alucinando?
Saludo a los enfermeros,
Agotados por la lidia y el insomnio.
Me uno al coro de la radio
Mentalmente, para no atormentarlos más:
Hastiados están de tantas voces frenéticas,
De tantos gemidos, de tantas quejas,
De tanto llanto reiterado.
Bajo las escaleras.
El eco de mis pasos
Resuena, y acompaña,
Y se disuelve en el crepúsculo.
Noto que la puerta
Está sin seguro:
¿Descuido, o intención?
¿La intención del descuido?
En todo caso, nadie sale.
No hay salidas en la mente del enfermo.
Me espera el pasillo,
Y en él las voces heridas por los años
De ilusones rotas y de ultrajes.
Allí, una vez más, aguardan los pacientes
Que creen que mi presencia es gran cosa.
Pobres hombres, buenos hombres
Que al menos escuchan un saludo amable.
Hace rato que sus familias
Los han casi abandonado a su suerte.
Pobres mujeres, buenas mujeres
Que al menos sienten
La mano de un psiquiatra entre las suyas.
Llego a la oficina,
Aburrida y hasta fea,
Por más que he intentado embellecerla:
No bastan los cuadros, ni las flores,
Ni los libros de viajes, ni la imagen del santo.
No bastan las sillas de brazos "cómodas y útiles"
De las que me habló la joven del almacén.
(Ella no sabe
Que lo "ergonómico" no basta
Para esas almas quemadas, carbonizadas en sufrimiento).
Pasa el tiempo.
Llega la señora que intentó suicidarse
Después de saber que su hijo
Se había marchado para siempre:
Gracias a las balas, las tristes e infames balas
Que siguen desangrando esta ciudad.
Llora y maldice, llora y reza,
Llora y suplica. "Enloqueció",
Me dijo su hermano.
Me parece que la verdadera locura
Es la violencia de los bárbaros
Que asesinan a sueldo
Y se pasean orondos por las calles.
Miro a través de la ventana.
Quiero sentarme a escribir
En el improvisado poemario
Que empecé hace unas semanas.
(Consta de impresiones, gritos no efectuados,
Gritos ahogados, gritos a medias,
Vaciados con celeridad
Entre consulta y consulta).
A lo lejos
Diviso al colega
Escuchando la diatriba de un maniaco.
Les ha tocado ser pacientes: su vida ha sido espera.
Nos ha tocado ser pacientes:nuestro oficio es la constancia.
Campos Vargas, David Alberto. Catedral y Aquelarre.