La noche invitaba a dar un paseo,
subió a la cima del monte
y con las manos mirando al cielo
buscó su lucero en el horizonte.
La mirada fija en la nada,
alzó las pupilas al firmamento
y notó que la acariciaba
un lucero con su fuego.
Eran centellas, era fulgor,
era su amante lucero
que le lanzaba versos de amor
para indicarle el sendero.
La dama y el fiel lucero
fundieron sus labios de gasa
bajo el paraguas del universo;
el lucero y su pequeña gran dama.
Y dejaron de ser errantes
en esta noche vestida de gala;
tan solo fueron dos amantes
viajando en sueños de plata.
8 de septiembre de 2011
Pau Fleta