Adiós, dulce encanto del Señor,
me voy para no hacerte pecar,
pues mi deseo más grande es amar
y tú, mi bien, estás más allá,
más allá de la aurora boreal.
Por las noches ahuyento tu presencia.
Que aterriza en mi memoria de tristeza,
a veces te presentas como una hada inquieta
y luego como ángel que vuela entre sonrisas.
No quiero que me recuerdes,
las lágrimas que llevo están pesadas de sal,
y las que arrastro en el alma
llevan espinas de cristal.
A tu insistencia me haces recordar
los caminos de amor donde los bosques
nos quisieron por nuestra ilusión.
Pasión blanca que del espíritu nació.
Romance azul de dos adolecentes
que levantaron castillos
y esperanzas fugaces
que cayeron al anochecer.
Vida que está pintada de blanco y negro
trayendo fatalidad a los enamorados,
a los que aman en lo profundo con el alma.
¡Ah! tiernos momentos de belleza,
grabados en mi mente tus ojos y tu cuerpo
siguen esculpidos con delicadeza
y en el mármol cincelado del recuerdo
tu imagen salta hermosa y de repente
con nostalgia y grandeza.
Me voy para no hacerte pecar,
pues mi deseo más grande es amar
y tú, mi bien, estás más allá,
más allá de la aurora boreal.