Isaac Amenemope

AMANTES DEL AMANECER (cuando se vuelve a nacer)

Mi cuerpo y mi alma

han sucumbido a la noche.

a los sueños; 

Llega entonces tu sonrisa

envuelta en caricias amantes.

Miro tus ojos

y contemplo en ellos el reflejo de mis labios sedientos. 

Se acerca tu boca

y permanezco en ella mientras

mis manos recorren las veredas

estelares de tu cuerpo.

Es un recorrido lento y suave,

me detengo en un recodo del camino,

sonríes y tomas mi mano. 

Huimos juntos por esa grieta del tiempo,

se ha detenido el aire.

Contempla celosa la noche anhelante

nuestras sombras amantes. 

Somos uno en ese abrazo infinito

compartido desde más allá del tiempo,

somos uno en esa sonrisa

que ilumina la distancia

y que nos muestra el camino,

somos uno en esa caricia

interminable que nos habita,

somos uno en ese relámpago

que antecede al trueno. 

Nos miramos,

nuestros ojos de noche reflejan estrellas fugaces;

sonreímos,

nuestros labios exhaustos ensayan un último beso.

Es la hora,

susurra la noche extasiada. 

De la mano de nuevo emprendemos viaje,

no sin antes entregarle a la luna

un último abrazo cómplice.

Juntos,

dirigimos nuestros pasos hacia el horizonte.

Juntos,

avanzamos camino del alba.

y remando el deseo nuestra barca

nos ayuda a salir al paso de la mañana.

Con tristeza comprobé

tus esfuerzos amantes

por arrancarme de esa cima profunda,

intentaste sonrisas,

palabras hermosas,

sueños,

recuerdos,

silencios cargados de luz y presencia.

Como ausente,

los veía llegar a través de la noche

y perderse en un cielo sin estrellas,

sin luna,

un cielo atormentado en su soledad.

Y de nuevo apareciste

con tu sonrisa anhelante,

tus besos cargados de promesas,

tus sueños esperanzados,

tus caricias luminosas

y tus palabras pobladas de estrellas.

Lo intentaste de nuevo,

luchaste contra esa muralla

indolente de mi tristeza,

te tomaste un respiro

y regresaste de nuevo feroz en tu lucha,

dispuesto a arrancar ese rastro

imposible de absurdo desasosiego

que cubría mi ausencia de luz.

Como un poderoso ariete en brutal arremetida

trataste de nuevo de derrumbar

el muro de mi tristeza vacía.

Se movieron las paredes de mi alma,

un dolor penetrante recorrió el camino

de mi soledad hasta abrirle la puerta a tu llamada.

Como de un bosque lejano

llegaron a los oídos de mi corazón

sonidos de árboles frondosos,

eran tus palabras que convertidas en viento

trataban de abrirse camino a través de mis silencios.

Cerré los ojos,

abrí mi alma

y supe que habías llegado a ella

después de un recorrido infinito

por la noche de mis pensamientos,

por la senda solitaria de mi vacío,

por el desierto incesante de mi sangre.

Exhaustas de tanta lucha,

cansadas de tanta tristeza,

mis lágrimas fluyeron entonces

hacia la puerta abierta de tus labios,

convertidos ya en cáliz amante.