Cuanta ilusión por saberte mía
en las noches de luna llena,
cuando te ofrecía las estrellas
y lo mejor que tenía.
Era bello y delirante
el buscarte y abrazarte.
Fueron soñados esos instantes
en los que nos veíamos.
Y así pasaron las nubes,
siempre seguí en tu busca,
no siempre tuve fortuna
y ni el tiempo doblegó mi intento.
Y ahora que el cabello pinta en blanco,
sigo recordando al amor empeñado,
pues nada me ha detenido, porque
siempre actué, sabiéndote mía.