Mis pies caminaron sobre cenizas
que ardieron como mil estrellas moribundas;
como los que pisaron este sendero y
fueron sentenciados antes que yo.
Miré al caballero galopar en una pradera de lágrimas.
Arrasaba con todo por deber, sin lamentar e inmutable.
Los bosques no prestaron sus escondites pues
gritaron una vez y ahora solo es un profundo eco.
Se humedecieron de un rojo bermellón las máscaras
que alguna vez usaron los reyes, ahora arrojadas
a la fosa del olvido en busca de salvación,
tan solo por un pecado de ignorancia.
Pasó entonces junto a mi aquella vacía armadura y
como un fantasma me atravesó: siguió su encomienda.
Quizás observó la esperanza o tan solo...
fue indiferencia ante mi inevitable fin.