Como un inmenso oceano freudiano
siento el alma en mi estómago,
con intenso sabor sin compañía.
Como una metáfora de la noche y el día,
que se alternan pero jamás se encuentran
en su habitación vacía. La tierra.
Como metáfora de la extensa sierra,
tanta montaña sin humanidad
como mi alma de serranía.
Que suena en mi estómago como sinfonía
la metáfora de la metáfora más triste,
atormentada bajo la impresion de la figura.
Como metáfora del ancho de la luna,
siempre acomplejada por el sol más ancho,
siempre más acompañado.
Esa metáfora del oceano freudiano,
que no se refiere más que a la soledad,
siempre tan buena vigía de mi alma.
Siempre en mi estómago alimentando,
siempre amando de manera odiosa sin piedad,
siempre en mi, con inmensa calma.