Soy el guardián de la noche,
administrador de los sueños
y de las conquistas.
Mientras ella duerme,
contemplo desde la sombra
la obstinación de la luna.
De sus entrañas brota mi voz,
sé que me sueña,
¿o es que sus ojos son mi espejo
y su nombre mi apellido?
De pronto se desliza
entre mis hombros
y estamos juntos.
Me introduzco al sueño respirando
de su aliento minutos breves.
Somos uno.
Permanecemos bajo paréntesis
hasta que el balbuceo de la luz
mina nuestras paredes.
La noche, entonces abre mis ojos,
baja mis párpados
y al verdadero mundo me lanza.
En la fertilidad de tus manos inacabables
puse anoche a dormitar el sueño
más largamente soñado,
ya ves ahora, mano tan abierta,
cómo de tus costados, poco a poco,
lúcidamente va enraizándose,
dando al aire su aromada luz
que apenas se irradia.
No ráfagas de amor es lo que pide el beso,
sino habitar en tus manos
que son mis manos:
claridad de la luz en la luz,
labios del amor verdadero;
y en la perfección
de tu magnífica mano
darle dichoso a los días
un tiempo que sea mi tiempo,
siempre eterno de amaneceres
igual al Sol de la vida.
El florecido sueño tiene el sabor de tus manos,
y tus manos saben a lo que sabe la fruta
cuando madura bajo las manos del sentimiento.