Me acuesto con una daga en la frente
que escupe sangre con sal,
que escupe mi nombre.
Los días se me hacen polvo
en la palma seca de mi mano.
La noche se derrite de a poco
como una paloma de cera en llamas.
Yo no quiero los pies
para llenarlos del barro del recuerdo
sino para beberme la tierra
paso a paso.