A qué viene tanto empeño de la gente
en ponerle etiquetas y marcas
a los demás, qué tanto importa
si el de enfrente es chino, o español,
si habla ruso, o portugués,
si se persigna o si de rodillas clama a DIOS
en una sinagoga
o en una modesta choza de cartón.
Qué marca la diferencia
si dos personas que conversan
y concuerdan en la perfección del universo,
y caen en la cuenta
que no es por coincidencia la existencia,
sino que hay una razón,
para que de la vida haya conciencia,
y si ambos coinciden
que el Amor sustenta el cosmos
lo mismo que la existencia de los lobos,
o que el atardecer no es un evento
fortuito que transcurre
simplemente porque sí en el firmamento.
Ni que es causal
que haya un par de ojos
que lo admiren absortos,
y levanten en su admiración sublime
una oración a quien reconocen por Creador.
A qué tanto empeño por saber si soy limeño,
o sueco, por conocer mi credo,
por saber si soy judío o marroquí,
por saber si voy a misa los domingos,
o si recito los salmos en Shabat.
No te basta saber que ambos creemos
en el Supremo Ser que nos creó,
El Mismo que en su sabio diseño planeó
desde la eternidad que habría de llegar
a nos este preciso instante
de conversar a pesar de estar distantes,
haciendo uso del recurso
que DIOS en su complaciente designio
le dio al hombre capacidad y raciocinio
para desarrollar las microondas lo mismo
que para pensar y hablar.
No te basta con saber
que hay en el mundo aun personas
que se detienen a mirar la aurora,
lo mismo que el afán de las hormigas
laboriosas, llevando el sustento al hormiguero.
Y detrás de ambos sucesos
mira la mano de DIOS con su Potente
y Sabio designio.
A qué tanto empeño de la gente
por ponerle etiquetas y marcas a los demás.
Cuando los que se comunican
lo que buscan es la Paz
entre la gente.
Que no haya injusticia,
ni dolor ni sufrimiento,
que no abuse el que es fuerte
de su fuerza y que el débil tenga
Uno que lo defienda.
Si lo que buscamos es no callar
en cómplice silencio delante del mal
y lo que engendra,
si lo que buscamos es que brille
la luz de la verdad,
a qué preguntarme si mi nombre es Israel,
o si fui bautizado por Juan.