Noble ante tu presencia sentíame,
héroe de esos días
cuales brindabate sin viril porfía,
placeres caducantes.
Alisando, luego de separar
aquel rizo que colgaba debajo de tu cuello,
dejé caer precisa a la mano
acariciadora, de inevitable figura.
Entonces fue, que sinceros tus dedos
rozo a mis mejillas aún no tan rojizas,
a las que juzgué de manifestaciones
compulsivas, delirantes, provocativas.
Amable, noble ante ti me sentía
invocando teorías deslocadas,
deseosas de cortesía.