Unos ojos de niña,
traviesa,
curiosa,
jovial,
me miran sin verme de verdad,
pero me hablan
a través
de su figura virtual,
y me dicen:
soy así,
sin importar la edad
que tenga el
rostro.
Además si miras bien,
la sonrisa que se esboza en la faz
nos combina plenamente,
nos va a la par.
Es curioso lo que puede
el alma tocar sin que las manos
palpen en volumen.
Y lo que los oídos del espíritu
asimila por una sonrisa llana y simple,
transmitida a las pupilas
y al iris de unos ojos
que te miran en la distancia
sin verte de verdad.
Pero, calla
hay una voz que se expresa
en signos tipográficos
y dice las palabras
que no se pueden oír por la distancia.
Y me informan quién eres,
al menos en tu expresión ideal,
sin miedos,
sin las cortapisas obligadas
y prácticamente forzosas y forzadas
por la maldad extendida
en todas sus horribles formas
y amargos sabores y
tenebrosos colores,
como se ha extendido
sobre la tierra en los más recientes
milenios de su historia.
Me dices, amiga,
niña,
traviesa,
curiosa,
jovial,
que tienes el alma
del color de la luz blanca,
que ahora tamizada por el prisma
de tus palabras muestra
sus matices de arco iris,
del que se mira la parábola
sin saber con precisión
de donde asciende
y a dónde toca tierra.
Espero llegar a conocerte un día,
y conversar contigo en una nube,
lejos del riesgo
de ser tocados por lo maligno
y el sufrimiento inútil.
Conversar del infinito cosmos,
y de las nubes de partículas ionizadas
subatómicas que viajan distancias insondables
a una velocidad que supera
los trescientos mil kilómetros por segundo,
y que le cuentan a los científicos
los secretos del cielo conocido.
Conversar amiga,
como lo habríamos hecho cualquier tarde,
conservando los cinco años de edad,
que alguna vez tuvimos ambos,
y que nos brota a la cara
de cuando en cuando,
ante la menor provocación de asombro
por las cosas fascinantes de la vida.