CUENTO.
LA OSA Y EL CHIMPANCÉ. (PARTE I).
Una Osa parió en una cueva que previa, amorosa y delicadamente había acolchado con hojas, ramas finas y flores, para la comodidad de su primogénito. A los pocos días de nacido el osezno no quiso alimentarse, temblaba, dormía más de lo necesario y por lo tanto no jugaba con su madre. La Osa con ese instinto maternal que Dios da sólo a las madres, empezó a ponerse nerviosa, pues sospechaba que su hijo no estaba bien; hasta que un día salió a buscar comida y cuando regresó, lo encontró sin vida. Llena de dolor y amargura trató de preservar el cuerpo de su hijo del ataque de los animales carroñeros, pero sabía que debía buscar otra guarida y acumular alimentos pues se acercaba el duro invierno.
Su supervivencia la obligaba a alejarse del sitio, más su tristeza la retenía allí; al final la osa se marchó pero sus gruñidos estremecían la selva de un extremo al otro. Siguió su camino con el alma compungida y atormentada por la pena, buscó donde resguardarse de la tremenda helada que se aproximaba y lo cual sabía, pues su pelo ya era pardo-oscuro, diferente del color pardo-rojizo, que toma su pelaje durante la primavera. Al mismo tiempo recopilaba alimentos pues las gélidas aguas se convertirían en hielo y ella necesitaba comer mucho para formar en su organismo la grasa que le salvaguardaría durante la hibernación.
Pasado el invierno la Osa empezó a moverse en su hábitat, los machos la buscaban para aparearse, pero sus sentimientos por su osezno todavía permanecían vivos en ella y se enfrentaba con fuerza, valor y decisión en una pelea a muerte con ellos para no permitirlo. Así seguía caminando por el bosque, hasta que un día escuchó un grito lastimero que le llamó la atención porque le pareció de un animal pequeño…
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