Con toda mi alegría
pintar quise unas letras,
escribir de mis ilusiones
y sueños que tenía.
Al querer tomar la pluma,
la tinta se derramaba
sobre el lienzo…
en el que siempre plasmaba.
La pluma, ofuscada,
se negó a escribir,
la felicidad que en mí había
se acababa de morir.
Ella, la pluma, sólo sabe de tristezas,
de llanto que sale del alma,
de la vida y sus miserias,
de los amores que truncos quedaron,
de los nunca llegaron,
de las manos que no acariciaron,
de los labios que nunca besaron.
No pude, un poema dejar plasmado
y una lágrima por mi mejilla
corriendo se deslizaba,
para caer en la tinta
y así, quedar fusionada
con el dolor, qué a mi corazón,
lo dejó confinado.
Es mejor no hablar de alegrías,
en mi tintero sólo hay melancolías,
mi pluma se alimenta de ellas
para escribir cosas bellas.
Yo sigo con mi nostalgia,
la que llevo sembrada,
la que nunca he podido arrancar
de la profundidad de mi alma,
la que satura mis días
y quebranta mis noches de calma,
la que conmigo se acuesta
y conmigo... también se levanta.
Felina