Esa noche en medio del silencio
y con los ojos inundados del ayer,
nos dijimos adiós irremediablemente.
Una cascada de lágrimas hizo eco en la tristeza
que bien disfrazada se encerraba en el alma.
Las caricias se estrellaron contra el ruido de los pasos
que en silencio marchaban hacía un duelo de recuerdos,
nuestro adiós no necesitó palabras, el silencio habló
en los latidos de nuestros corazones aprisionados.
Esa noche nos miramos por última vez en los cristales
empañados de unos ojos tristes, solitarios y repletos de memorias.
Nuestro adiós fue silente, sin llanto, sin reproches, sin
horizonte alguno y sin las promesas de un eventual mañana.
Nos despedimos sin palabras, solamente acompasados con las notas de
los tantos recuerdos bonitos que juntos vivimos.
No hay tristezas porque no caben en el alma de aquella fría lápida.
donde un día enterramos para siempre nuestro amor prohibido.
María B Núñez