A veces tengo la sensación atroz
de que cada día veo menos,
me carcome entero el interior,
me despierta todos los miedos.
Y mis ojos que ahora brillan con el sol
periscopios de mi vida cotidiana,
ventanas que descubren lo que soy,
me traicionan con visión de porcelana.
Se nublan, perezosos, a lo lejos,
café oscuro y profundos como el mar,
las palabras se difusan en la niebla
escondida en la raíz de mi mirar.
Hacen fuerza, los dos ojos, atrofiados,
miran tanto sin poderme precisar
quién se acerca a unos metros de mi casa,
quién saluda, quién circula por mi andar.
Cerca mío, ya los rostros son personas,
y las nubes se hacen letras por ahí,
una mancha es un perro callejero
una luz, un automóvil color gris.
He querido arreglar mi par de ojos,
cosa seria, el doctor así opina,
sabe Dios que Él me ha regalado
para ambos, córnea demasiado fina.
Aguacero lloviznó en mi mirada,
solo quería poder ver las estrellas,
nítidas, en las noches de verano
sin que un vidrio me separe de ellas.
Más después de la lluvia copiosa,
café oscuro mojado y secado,
lo importante es que al menos las veo
no como tantos desafortunados.
Y a mis ojos que algún día desprecié,
acepté con defectos y todo,
aún siguen desvelando otros sueños
y mirando, aunque sea de otro modo.
Ahora los periscopios tendrán cada uno
nuevos y resplandecientes periscopios
que les acerquen los cuerpos y las caras
con sus formas y diseños propios.
Amigo mío, quizás tu dirás:
tanto lío por un par de lentes!
pero si tu ves nunca entenderás
lo que significa ya no ver a la gente.