CUENTO.
Sigilosamente se acercó y apartando los arbustos, vio a un bebé chimpancé, cuando este notó su presencia asustado chilló y la osa también se sorprendió, pero se fue acercando lentamente al animalito hasta lograr su confianza. Su madre debía haber muerto quizás en qué circunstancia y él se sentía solo y desamparado. Vivieron un tiempo de adaptación hasta que el uno se acostumbró al otro y se adoptaron como madre e hijo. Ambos vivieron miles de aventuras juntos, el trepado en su espalda le rascaba la cabeza y la osa se dormía, ella corría, gritaba y lo perseguía pero astuto y rápido se le escapaba saltando. Fue tan grande el amor intercambiado por estos dos especímenes, que el hijo trepado en la copa de los árboles avizoraba cualquier cosa que pudiese poner en peligro a su madre, casos como el de cazadores y otras fieras salvajes, para lo cual tenía un chillido inconfundible que la prevenía; la madre por su parte, estaba presta a exponer la vida, si alguien osaba intentar hacerle daño a su hijo, bien fuera un animal de mayor tamaño o los malvados cazadores. No se sabe cuántos años vivieron juntos estos dos animales de diferentes especies, pero que habían sufrido hasta encontrarse tragedias parecidas. La osa había perdido a su hijo y el chimpancé a su madre, lo cierto es que los años que pasaron unidos ambos fueron muy felices.
Moraleja: Madre no sólo es la que pare sino la que cuida y cría; hijo, es aquel que da amor eterno a quien lo protegió y acompaño toda la vida a pesar de no haberlo parido.
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MIRIAM RINCÓN URDANETA.