En mi abdomen saliente
Llevo el hierro del castigo
Y la sutileza de la codicia:
Fui preñada del dolor,
Más, parí celeste y rosa ternura.
Inflamadas las piernas
De tanto camino recorrido,
De las patadas del desengaño
Que en los caminos se reiteraba
Descargando en los muslos la furia.
Deformada la espalda
De cargar los contratiempos de muchos
En una delicada estructura
Que se erguía con las migajas
Que a los irresponsables sobraba.
Este cansancio del alma,
Esta fatiga de amarguras,
Esta piel resquebrajada,
Se debe a la potente impotencia
De querer ser agricultora
En tierras erosionadas por la incuria.
-¿qué queda, hoy ,de aquella rosa
Casta ,que ornamentaba el sagrario?
Queda; el requiebro en los estertores
De la antesala de la plaga
Que avisa y no miente.
Queda; los añicos de un corazón,
Repartido por cada satélite, que rodea
La docilidad en esencia de mujer,
Bamboleada por el acaso...
ANTONIA CEADA ACEVEDO