Algo me decía que este día sería diferente,
tal vez fue el rostro feliz de aquel campesino,
o el saludo mañanero de la señora de la esquina.
La luz del sol estaba tan transparente
que no encontré sombras en el camino
sino tu aroma floral, mujer divina,
de mirada sensual e inocente
que con sus labios embriegadores como el vino
y con el perfume de las rosas cristalinas
besarías toda mi piel suavemnte.
Podía ver tu siluelta de mujer lejana,
un resplandor salpicaba el horizonte,
cuando cruzaba la alambrada, amada diosa,
algo extraño sentí en mi pierna,
un hilo de sangre, tal vez una púa,
un lijero dolor, un mareo, recuerdo poco...
la sed infernal, la hierba olorosa,
la desesperación final
de la vida absurda, del instante loco.
Algo había pasado, ya no era de mañana,
el sol estaba del otro lado de la casa,
casi se despedía con las aves de la motaña.
Los labios resecos, la frente fría,
la pierna estaba hinchada, no dolía.
Quise gritar, pero no pude, miré a todas partes
como buscando la esperanza,
el ladrido de un perro, una mano amiga
que calmara esta agonía,
nada, ¡Dios, nada! las sombras acechaban...
me arrastraría lentamente hacia la Casa Vieja
allí, donde la tibias manos de Ella me esperaban.
Apena si puedo moverme, estoy avanzando,
no voy a perder la fe, aunque ya tengo sueño,
deseos inmensos de dormir aquí, tranquilo
entre las flores del patio, Ella me espera,
despierto y avanzo unos metros, miro una luz
casi veo la ventana, los ojos se cierran,
Ella está muy radiante, parece la luna,
o una estrella enviada a buscarme,
una gostas de sangre cruzan mis labios,
necesito agua, todo me quema,
estoy seco por dentro, todo está negro,
las manos de ángel me acarician la frente,
quiero pronunciar su nombre, sin embargo...
tengo que dormir, viajar con ella
lejos, muy lejosss... para siempre.