Vengo de una ciudad sin nombre, porque tiene muchos.
De un país sin religión, porque tiene fe en la humanidad.
De un mundo anómalo, irregular, confuso,
lleno de emoción y de milagros,
porque el amor es un milagro.
Caminaba sin rumbo conocido por mí,
pero trazado desde hace mucho.
No soy inocente ni tampoco culpable, tan sólo responsable
de cada decisión y olvido.
De pronto, apareciste frente a mí y finalmente comprendí:
te estaba buscando, sin pensarlo, sin desearlo,
sin imaginarlo, allí estabas tú.