En el cobre naciente de tu cabeza
mis besos de prestidigitador asenté.
Me hicieron tus vespertinos cabellos
vagar en fascinante selva,
moré en ella como simio sagaz.
Todas las noches, todos los días
profería el rugido dominante
en medio de mi salvaje silencio.
Te persigo en nieblas de cada día,
en cada hierba huelo las iniciales
de tus pies, el viento te trae como un pétalo
a mi boca ávida. Te bebo, te como,
aquietas este ansiar feroz,
que cada noche rotunda inicia…
Recorro senderos plenilunios con
grietas húmedas de mi tradición.
La fuerza de mi victoria te sujeta
en arrebato. Arrastro mi presa por roja
tierra, desorientado río. En sombras
mojadas de árboles voy y vengo
con la avidez errante, tumultuosa,
confinado a tu pálido desconcierto,
lamiendo la sangre de tus alforjas,
desciñéndome de la manada por ti…
Voy trepando, deslizándome
por hábitat memorial, resumiendo
mis garras en tus piernas, en tu cuello…
Muerdo la fresca corola codiciada.
La noche brilla en mis ojos, cada latido
de su oscura vena a ti me invoca.
¿Padeces mi súbito amor? Te obsesionan
mis embestidas de fiera destacada.