Carlos Fernando

Insomnio

 

La otra noche,

oía moverse la hojarasca arrastrada

con suavidad por la mano invisible del viento,

esa mano poderosa,

en ocasiones transformada

en boca sibilante  y furibunda,

y a veces susurrante y tímida.

Abanico que no consume energía eléctrica

pero igualmente nos refresca

los cálidos cuerpos hambrientos

de descanso en las noches de estiaje.

En este solsticio de verano

reseco como hace doce lustros

no había otro.

Con el crujir de la hojarasca

raspando el asfalto de las calles

o el cemento de la acera,

la imaginación se monta

en un corcel ligero y negro reluciente

salpicado de estrellas la frente

y  simplemente trota.

Entre tanto,

el cuerpo le suplica a la mente:

duerme.

Los huesos me duelen

y las coyunturas,

se esfuerzan al límite

en un vaivén se flexionan y se extienden,

para disfrutar el roce de las sábanas

y su tacto amoroso.

Los ojos rasposos

como llenos de arena,

los párpados declinan

y la voluntad suplica:

duerme,

y el sueño no viene,

mas el desánimo tampoco,

 ni la angustia.

El pensamiento brinca y da giros,

y le pone atención al ruido que se filtra

haciendo ondear las cortinas

de la ventana abierta.

Y hace reverberar la luz

del arbotante callejero,

y lo hace fingir que palpita.

Brinca el pensamiento

incapaz de tener

un momento de reposo,

pero hoy el desvelo

no es para diseñar la  orden del día,

o qué deuda ir  pagar primero al banco,

ni siquiera

por la zozobra más trivial

e insignificante se inquieta.

Exploro la penumbra, con los ojos,

con los oídos, busco acomodo

para el cuello y lo estiro,

meso mis cabellos en un desplante de ternura,

me percibo.

Congestiono de aire mis pulmones

en un profundo suspiro,

y digo:

hoy solamente celebro que estoy vivo.