Afilo mis palabras a la piel abrasiva de los días transcurridos.
Miles de amaneceres se han caído de los almanaques.
Cuezo las persianas para transitarlas de manera arbitraria.
Miro fijamente el reloj detenido en mi retina disuelta por los ocres diamantinos de las grietas horizontales y los ruegos oblicuos.
Divido en tres a la imagen de la luna cada vez más densa en mi mano derecha.
Miles de gorriones en avalancha deambulan por el barrio en bicicleta.
En una caja recojo sangre de los que se retuercen sin sus llaves, círculos sin puertas sin conserje...gritos sin gargantas nada detiene este desprendimiento salvo un collage onírico antiadherente.
No hay a quien saludar solo los balcones arrumbados y sus macetas sin flores esta por amanecer en cualquier momento. Es hora de volver...
Alguien observo la caída de Constantinopla...una mujer es la que siempre atiende las heridas de los que vuelven envenenados de resentimiento.
Afino mis señales soy membrana adherida al silencio de mis días recurridos.