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Como Dios manda, esta familia era como se esperaba,
donde cada nuevo miembro recibía mi amor por nada
a cambio sin más debiendo saber nadie sería ignorado,
sea lo que suceda, porque en la unión radica lo sagrado.
Pero no siempre será en quién amamos lo que se desea
aunque nuestra intención resulte para hacer lo que sea;
ese fue el caso de mi hijo Jonathan desde su nacimiento
cuando supe en mi interior un día se vería lo manifiesto.
Lleno de vida, pasión, ternura, simpleza, deseos y amor
hacían la mixtura de su esencia cuando brindaba calor;
era un joven tan radiante pues brillaba su humanidad:
a pesar de esta definición, lo condené por su sexualidad.
“No puede ser que mi hijo tenga un novio” le reclamé
mientras veía como en su rostro con dolor lo martiricé
pues estaba convencida de ser esto enfermedad curable
pidiendo en rezos al cielo lo más pronto remedio viable.
Tanto insistí con el mensaje de decirle que no era normal
lo que vivía, porque de toda mujer sería el hombre ideal,
que el pobre pensó la culpa era suya sin ver el desborde
generado por su madre al buscarle una joven de consorte.
Día y noche mi hijo, de quien asumí cuidar su bienestar,
obligado de forma moral estúpida iba a la iglesia a rezar
pero eso fue peor remedio para falsa enfermedad de vida
al punto de presumir su corazón que ya ni Dios lo quería.
El tiempo pasaba cada vez más incisivo por la decisión ;
“aceptas un hijo homosexual o me olvidas” fue expresión
vertida de su enlutado espíritu pero aún con dolor sufrido
le contesté que si esa era su elección, no tendría mas hijo.
Se armó con poco equipaje y emprendió salida de la casa
quedando atrás relación madre-hijo que moría sin pausa;
incomprensión e ignorancia fueron cómplices de asesinato
exiliando en sufrimiento efecto a quien la vida había dado.
Vito Angeli