Llego la muerte con audaz porfía
hasta el castillo encantado de una princesa;
extendió sus manos cadavéricas y frías,
como cumpliendo el pacto de una promesa.
Tan contenta y feliz se le veía,
a la bella princesa, tal vez enamorada…,
que con arrogancia mandaba y disponía,
sin saber que la vida dura tan solo una alborada.
Se creía dueña de su propia vida,
cuando la vida no le era más que prestada,
y bajo dos metros de tierra, hundida;
nunca jamás disfruto nada…
Ahora, ¿Quién manda con arrogancia?
-¡si la muerte trunco su incesante empeño!
tan solo se escucha por la estancia-;
que en paz descanse, en su eterno sueño…
La muerte trunca todo empeño,
cuando bajo tierra quedamos olvidado;
¡porque con orgullo sentirnos dueño,
de todo aquello que se nos ha prestado!.
Disfruta todo sin egoísmo,
dejando a un lado toda altivez;
para la muerte somos lo mismo,
y la vida se nos presta tan solo una vez…