En una avenida concurrida
se encontraba una niña
que a los autos que pasaban
una rosa les vendía.
A cada uno los miraba
con sus ojos anhelantes
esperando que compraran,
que soltaran el volante.
Los peatones que cruzaban
eran otro buen mercado
pero no se detenían,
yéndose por un costado.
Por eso sentadita
en el cordón de la vereda
viendo pasar al mundo
continuaba a la espera.
A veces de tanto en tanto
si algún niño pasaba
le sonreía avergonzada
y una rosa regalaba.
Conocía a las personas
en su caminar urgente
sin mirar hacia los lados,
con la cara indiferente.
Más un día como muchos,
pobre venta de las flores,
cruzó por su avenida
alguien que trajo colores.
Un señor entre señores
que al verla sonrió,
le compró unas cuantas rosas
y su marcha prosiguió.
Era alto y fornido,
con presencia musical,
caminaba bien tranquilo
y vestido informal.
Volvió al otro día
y le dio un caramelo,
la niña con sus rosas
le vendió a él primero.
Esperaba su llegada
y le guardaba las mejores
pensando en la alegría
de aquellos sus amores.
Un día como otros
le compró una rosa bella
pero en vez de proseguir
se la regaló a ella.
La niña sonrió
y lo miró desde abajo
y en impulso veloz
en abrazo lo atrajo.
Desde entonces cada día
en el cordón de la vereda,
ella aguarda su paso
y la espera no es espera.