Bajo la lúgubre oscuridad inundada de un silencio penoso y lastimero, en el frió rincón de la sala de espera de un hospital, acompañado de un insomnio cruel, espero con ansiedad inaudita que al igual que en mi niñez tenga un desenlace venturoso en la batalla que libra en la habitación de enfrente mi padre que formado con estirpe de guerrero, a pesar de sus limitaciones me acostumbre a sus victorias, pero ahora me carcome una incertidumbre voraz, porque su enemigo es el implacable tiempo, corroe mi ser una gran impotencia de no poder brindarle auxilio, solo escucho su agitada respiración y sus esfuerzos por no ser vencido, pero sus fuerzas se han ido minando con sus anteriores batallas, a pesar de todo el sigue en lucha con frenesí y ahínco esperando no ser vencido.
Transcurre la noche, me invade una amargura al pensar que pueda perderlo para siempre, pienso y repienso esta situación, me resisto a vivir sin su sombra que me guía y conduce.
Llega el amanecer con los primeros rayos del sol, ya no se escucha ningún indicio de la batalla, solo veo en su rostro huellas que cada vez son mas difíciles de sanar, veo que se acerca inmisericorde el ocaso de mi guerrero, el paso del tiempo lo esta debilitando, su fuerzas lo abandonan, Suplico al creador le conceda mas vigor y siga conmigo.
Al llegar la mañana en sus ojos se dibuja una mirada optimista, con una actitud de seguridad tan suya, me pregunta con una sonrisa cristalina “Nos vamos a casa”, devuelvo la sonrisa, ruedan un par de lagrimas en mis mejillas y agradezco al cielo porque ha vencido nuevamente.