Tengo en estas manos apretadas
dos o tres frustraciones que he callado.
Una más que seguiré callando,
y que resumo en esto:
no te tengo.
Tengo que pensártelo en voz alta,
y no tendría.
Después de tantas veces
que has negado ante la gente una caricia
(metáfora de los secretos nuestros),
deberías saber que a mi también me gusta
esta ocasión, en que resulta
que te tengo (y sólo yo lo sé),
te tengo y a la vez, me dejas claro
que tal vez nunca te tendré.
El sabio calla, dicen.
Pero si pudieras verme justo ahora…
estoy llorando,
repitiendo a Benedetti y a Sabina mientras tiemblo
y aprieto más mis manos
y te odio, y lo odio, y me odio
por amarte a ti,
a ti que no me amas,
a ti que me amarías
si fueras mía,
a ti, que no lo eres.
Tengo en estas manos apretadas
tu misterio, tu capricho,
una parte de tus miedos,
de tus lágrimas, de tus silencios.
Tengo el frío que me regalas desde lejos
cuando partes a su casa y yo,
me quedo solo.
El suelo es blanco, y yo
lo tiño de la misma rabia,
de la misma frustración
que sólo conocen mis lágrimas
y mi deseo de amarte de verdad.
Pero… ¿sabes?
También tengo, y tienes, y tenemos
complicidad en la mirada y en los besos,
complicidad en las canciones
y en las noches que pasamos
casi sin dormir, casi sin pensar,
casi dedicadas a soñar:
yo, que te tendré,
tú, que lograrás sentirte libre
de la culpa de saber
que no lo amas.
Tú, que me amarás
tan pura como eres,
tan cierta como eres.
La entrega, será entrega,
y no tendremos que alejarnos
cuando llegue el sol
y la gente.
Carlos Alcaraz
17/12/10