Anoche
me miraba la luna,
hermosa, redonda,
me miraba en silencio.
Yo la miré
y sonreí, solitaria,
con ojos luminosos
hacia el firmamento.
Qué pasa?
pareció preguntarme,
yo bajé la mirada,
esquivando.
Pero la luna,
ella tan grande,
imposible eludirla;
contestando.
No pasa nada
dije despacio,
la luna allí
se quedó aguardando.
Está bien, sí me pasa,
resoplé impaciente,
era noche de octubre
para estar confesando.
La luna lunera
no dijo nada
seguía atenta
inmensa en el cielo.
Alzé la cabeza,
me tomé ambas manos,
pregunta, me dijo,
yo todo lo veo.
Y no hubo más vueltas,
yo quiero saber
cómo se encuentra,
si él está bien.
Giróse la luna
de pronto en la noche
con ruido pesado
arrastrando la sien.
Por varios minutos
su lado oscuro
puso en tinieblas
todo en derredor.
Silencio absoluto,
el alma espectante,
y al fin la luna
volvió en su esplendor.
La miré cautiva
de su luz y su silencio
ni una palabra
se escapó de mí.
Está bien y te quiere,
respondió inmutable,
un suspiro gigante
se escuchó por ahí.
Que brillen tus ojos
me dijo la luna,
aún no es momento,
tendrás que esperar.
Yo la miré
y sonreí, solitaria,
con ojos luminosos
y un suave palpitar.