Cuando entraste la luz se consumía
en mis ojos solitarios,
y las paredes me hablaban del calor;
la lluvia avivaba el tejado,
lo hacía sobre mi piel injerta en las alturas,
cuando me volví era temprano,
y sin embargo ya corrías
por aquellos senderos bordeados
de lúcidas crepusculaciones,
pudo aquella tarde devolver los cristales
disueltos en lechos sepultados
de hierbas húmedas pastadas,
devolverlos a nuestras ventanas,
para despertarlas al aroma del encuentro,
al fulgor de la proximidad,
a la miel de tus primeras palabras,
pudo el valor del instante,
comunicar aquellas extraviadas voces,
hundidas en la intimidad del pequeño mar purpureo,
agitarlo como si se nos acercara a murmurar la vida,
llevarlo hasta los cantiles mas cortantes
y tornarlos suaves....
entonces toda la claridad
que hube recogido a las noches mas agónicas
se me escapo en tu rostro.
lo tome sin tocarlo,
como adormecido
en la simple sonrisa de una niña
que se alborea al descubrimiento del valle
donde florece noche a noche los lotos en tu almohada.
los respire desde el horizonte
que se me quebraba en tus parpados,
saliendo sin azules extintos
al cielo inhiesto de nieblas.
fui así al rio sagrado del que beben la verdad,
para reconocerte en las hojas
que traen del fondo la cristalinidad de la tierra.
y comprenderán sus vibras
la exquisita voz que emite
lo penetrable cuando a la simplicidad brot