Esas palabras que nunca escapan de esa inspiración intermitente, que primero muere y luego renace; que censura la esencia de cada una de ellas, aminorando el impacto que causa al viajar al viento; fragmentan todo, dividen la razón, ganando un enemigo más: el corazón; acuñada a los sentimientos que lo orbitan, provocando un nuevo desliz, revelando flaqueza, tan vulnerable... tan débil...
El desprecio a lo mundano se asemeja más al deseo de querer pertenecer, dejarse vencer y dejarlo atrás, y lo único que puedo hacer es observar el reloj, verter el tiempo en un jarrón, y detenerlo para evitar quebrarse más, mientras todo hace efecto, surgiendo lo ideal, lo perfecto...
Y la salida se ilumina al final del pasillo, siempre en la cima de una colina, donde una vez he de caer, cuando mi cuerpo no quería responder, mi alma ya no quería volver... pero el destino así lo quiso, y aunque mi cuerpo es postizo, mi alma encerrada estará en el...
Esta proyección ambigua, que tergiversa lo antes aprendido, y aunque me lo he prometido, no tengo la fuerza para realizar mi cometido, pues es absurdo... yo soy absurdo... ¡pero esto es lo que soy!
La tristeza me ha dominado, una sonrisa me ha mostrado y me ha invitado a estar con ella; bajo la noche, sin hacer ningún reproche, disfruto de la compañía de la soledad que nunca me engaña, que siempre me extraña, tan sincera, tan llena de verdad...
Y abrazo esto infinitamente mío
para no perderlo
para retenerlo
para dejar de extrañarlo
y que se quede aquí
para dejar de quererlo
para poder olvidarlo
y romper todo lazo
en una despedida sin fin.