Pensaba que te quería, que te necesitaba, que eras buena.
Noche eterna de mis noches y enemiga de la feliz palabra que no se pronuncia.
Eres grande, y constante, y triste. Provocas llantos pequeños, raros y dolorosos que te acompañan haciendo lamentar lo que aún no sucede conmigo ni con nadie conocido.
Y haces seguir tus pasos a mi alma entristecida por tu presencia.
Soy tu dueño, y tu esclavo, te sigo por mi voluntad, pero me obligas, te tengo y me tienes, y me duele tenerte, pero te disfruto cerca.
Amiga de siempre y de nunca, enemiga de todos, y también mía. Para conocerte basta vivir contigo y pronunciar tu nombre; verdad absoluta que recae en lo que eres, casi siempre… soledad.
Martín Herrera