Sucia en la histeria de la dulce maldad.
Ella sola en su crepita alma, reía a la noche.
El apocope del sol escudriñaba su cara,
Y lloró cuando cayó en el ámbar.
Así le conocí, así me acostumbre.
No había esfinges de hielo que amainaran la furia.
Eran todo olas en el desierto que raspaban la piel.
Así odiaron tragar su conducta mi laica cultura.
Y siendo rehén de una sorda costumbre.
Llenaba la copa y brindaba en la sombra.
Y siendo culpable de una sorda costumbre,
Me fui por el aro y brinde con mi paz.