Hoy el día fue entristeciéndose tan dulcemente, que me pareció tan lo mismo tomar cualquier autobús, ver tan cualquier gente.
Me sentí tan asesino, tan apacible, atorado en un trancón que se atoraba en otro y así hasta el infinito; y me pareció comprender que esa inmovilidad perpétua significaba la vida para todos los rostros que veía.
Luego fueron muriéndose con sus expresiones de conformidad, de frustración, solos, cada uno con su ventana, tratándo de comprender la verdad; mientras me iba alejando del campo santo, donde las chicharras entonaban el lúgubre canto de la modernidad.
¡Qué asesino! Todos son iguales para mí, otro cuerpo; les doy vida cuando salgo, les doy muerte cuando me encierro.