Alada la princesa se veía,
cubierta entre sus oros y sus cedas
rodeada de esmeraldas y riquesas,
que sola, contemplaba en su guarida.
Más capa,espada y porte,él traía,
colmandola con su galantería
los especiales modos convertían
a aquel galán,en el supuesto amor que pretendía.
Como en los dulces cuentos poseía,
regalos refinados y en su alero
le ofrecía su amor de caballero.
Pero todo este encanto se perdia,
al ver por el portal a aquel mendigo
que entre sus arapos desteñidos,
lucia la mirada fiel de un niño.
Y sin querer,la brisa de la aurora
la llevó hasta los brazos del raposo,
que con vergüenza de sí mismo posa
y ofrece a la princesa una rosa.
Y es esa,la que marca un nuevo rumbo,
que despierta los sueños infinitos
y cabe destacar que en lo profundo,
su corazón,lo llamaba en un grito.
Sil.