Con tu insana conducta me vejaste,
me hiciste presa de tu cacería.
Cual animal éste cuerpo tomaste,
acto salvaje, el de tu cobardía.
De mi inocencia tú te aprovechaste,
nunca intuí lo que pasaría.
Mis súplicas y ruegos ignoraste
y aunque grité, de nada servía.
Con violencia mi ropa destrozaste,
lágrima y sangre el cuerpo vertía.
En ese ataque cobarde mancillaste
mi juventud y mi algarabía.
Mis sueños uno a uno los mataste,
me despojaste de la alegría.
Brutalmente y sin reparos me golpeaste,
cuando a tu antojo me resistía.
Poco a poco mis bríos sofocaste,
fuiste extinguiendo mi valentía.
Con tu rabia mi cuerpo penetraste,
satisfaciendo tu poca hombría.
El peso de tu carne en mi postraste.
¡ Masa febril y sin valía!
Cual enfermo, infame me miraste,
surcó mi piel, tu escorrentía.
La inmundicia del placer en mi volcaste,
aroma fétido en el alma mía.
Salvajemente tu pasión en mi saciaste.
¡Mi inerte cuerpo sobrevivía!
Tratando de buscar algún contraste,
para evadirme de esa agonía.
En instantes con mi vida terminaste,
seguir viviendo ya no podría.
Verdugo que a mi cuerpo torturaste,
desearte muerto poco sería.
El precio del daño que causaste,
ni con mil muertes se pagaría.
Si el día en que infame me violaste,
nunca en mi vida lo olvidaría.
La marca de la huella que dejaste,
arde en mí ser día con día.
El día en que mi vida despojaste,
revivo a diario en agonía.
Cobarde que a sufrir me confinaste,
en soledad te recluiría.
Miserable el dolor que provocaste,
nunca en mí vida, se sanaría.
¡Maldito la ilusión en mi robaste!
¡Me condenaste, con tu herejía!